sábado, 1 de abril de 2017

"El origen de la lengua castellana contado a los niños", un cómic para saber más sobre el español


Emiliano Navas Sánchez, José Ramón Ordeñana García y María del Valle Camacho Matute han hecho un buen trabajo de divulgación en El origen de la lengua castellana contado a los niños, (Logroño, Mulitmedia Digital Rioja, 2002), un libro ilustrado donde, de manera sencilla, se cuenta cómo surgió el castellano, llamado luego a convertirse en español, una de las lenguas de mayor proyección internacional que existen.

Los cenobios de San Millán de la Cogolla fueron importantes centros de cultura. La Rioja fue conquistada por los cristianos desde el año 923. De allí salieron algunos de los manuscritos más importantes de la cultura monástica peninsular, sobre todo los códices 60 y 46 de la Real Academia de la Historia, en Madrid, el primero son las Glosas emilianenses y el segundo, un glosario de 964, con 20 mil artículos y 100 mil acepciones, que explican muy bien el estado del romance hispánico en el siglo X, un derivado del latín que ya no se confunde con la lengua madre.

San Millán de Suso no está muy lejos de Logroño, se ubica en el río Cárdenas, afluente del Najerilla. "Suso" viene del latín "Sursum", arriba, por lo que el monasterio está ubicado en la parte alta de la ladera.

Allí nació Millán o Emiliano, en el pueblo de Berceo, en el año 473, siglo V. De niño fue pastor, pero en el campo, un día, oyó la voz de Dios y decidió cambiar de vida. Visitó al ermitaño Félix, que vivía en una cueva en los riscos de Bilibio. A los veinte años, Millán decide vivir como su maestro, en una cueva, apartado, dedicado a la meditación y la oración, justo en el lugar donde hoy se levante el monasterio de Suso. Las cuevas fueron hechas a mano, porque la roca en ese lugar no era muy dura. Desde el eremitorio, donde vivían los ermitaños, se accede a un segundo piso por un pasadizo, donde se enterraba a los monjes. Las cuevas van formando habitaciones, dedicadas al rezo y la meditación o a osario. En una de las salas hay un oratorio, donde rezaba san Millán, probablemente el altar más antiguo de España.

La fama del ermitaño Millán hizo que los campesinos empezaran a visitarle para pedirle ayuda, consejo y consuelo. Por ello, Millán se agobia y busca más soledad y menos bullicio, abandona las cuevas de Suso y va a vivir a un lugar más aislado en la sierra de la Demanda.

Cuando cumple 60 años, el obispo de Tarazona, Dídimo, lo nombra sacerdote en el pueblo de Berceo, por lo que vuelve a vivir entre sus semejantes. Reparte los dineros de la iglesia entre los pobres, lo que produjo enfrentamientos con otros sacerdotes, que lo acusan de llevar a la parroquia a la ruina. Así que Millán vuelve a vivir en las cuevas de Suso, hasta que muere en 574, a los 101 años, y es enterrado en Suso, en una tumba excavada en la roca.

Los sucesores de Millán fueron Citonato, Sofronio, Geroncio, Fromiano y la moza Potamia, y crearon una pequeña comunidad en Suso, donde vivieron monjes al menos hasta el año 651. La comunidad construye el cenobio con esfuerzo, entre los siglos VI y VII, partiendo de las cuevas-vivienda. De lo acontecido con la comunidad hasta el año 900, siglo X, apenas sabemos nada, solo que siguió siendo un centro de referencia para muchos creyentes y que los enterramientos en cuevas excavadas en la roca no cesaron.

En el año 923 es cuando se produjo la reconquista cristiana. El rey Sancho Garcés I de Pamplona, con la ayuda del rey asturiano Ordoño II, reconquistó el terreno, hasta entonces en poder de los musulmanes.

El rey Sancho III el Mayor trasladó la corte de Pamplona a Nájera, convertida en la capital del Reino de Nájera-Pamplona. El monasterio vivió épocas de crecimiento, gracias a las donaciones de gentes ricas, como el rey-niño de Pamplona, García Sánchez I y su madre, la reina Toda. Los reyes cristianos quieren que florezcan los monasterios, grandes centros de cultura y productores de productos agrícolas, medio más eficaz de asentar a la población en zonas estratégicas de repoblamiento.

En 959 el rey García Sánchez I consagra la antigua iglesia de Suso y amplía el monasterio con nuevas construcciones mozárabes, como el empedrado de la entrada, hecha con cantos del río, y los arcos de herradura, con capiteles de alabastro, con relieves de animales, estrellas y cuerdas trenzadas. Son los mejores tiempos del monasterio y es entonces cuando se copian los documentos con las primera palabras en romance castellano.

En 1002 el monasterio fue incendidado por Almanzor y sus huestes. Aún se ven las huellas negras del fuego.


En 1030, Sancho III el Mayor impulsa la santificación de Millán y amplía el monasterio con construcciones de estilo románico.

Los monjes generalmente eran de origen campesino, "pueri oblati", "niños ofrecidos" por sus padres a la comunidad monástica, para librarlos del hambre y santificar a la familia. Hay que recordar que la mortandad era elevada y el hambre, epidémica. Los monjes eran unos privilegiados que llevaban una vida ajena al trabajo en el campo, dedicados al estudio y la oración.

Los monasterios eran grandes centros culturales, con buenas bibliotecas y con la protección real, con huertos, viñas y aldeas bajo su dependencia. Eran lugares prósperos que producían códices. Los monjes hacían de copistas, sabían latín y transcribían cada jornada 3-4 páginas. Trabajaban en un scriptorium, o escritorio, bajo la dirección del abad. Había acuerdo entre varios monasterios para que los nuevos libros fueran copiados en algún cenobio y de ahí salieran copias para los otros. Fue el primer Internet de la historia.

El copista, a veces, cometía errores, agregaba nuevas palabras, algo muy interesante para los investigadores, pues nos permite saber cómo era la lengua hablada en aquella época.

El monasterio de Suso fue uno de los centros más productivos de la Península.

En 1911, Manuel Gómez-Moreno fue a Suso para estudiar la arquitectura mozárabe. Y se dio cuenta de que en un manuscrito había unas notas en varias lenguas, en algo que ya no era latín. Después Ramón Menéndez Pidal y Dámaso Alonso estudiaron esas Glosas emilianenses. Escritas en el siglo XI, en 1050 aprox., en tres lenguas (latín, romance castellano y euskera) reflejan el latín vulgar que hablaban los campesinos. Son obra de estudiantes de latín que añadían unas notas aclarativas al margen del texto, como hacemos hoy día, por ejemplo, cuando leemos en francés o en inglés. Los monjes hablaban romance y había palabras latinas que les resultaban difíciles, por eso ponían la traducción romance al lado.

Hay unas doscientas glosas, escritas por dos o más personas que conocían el euskera y el romance. En aquel tiempo había gente en La Rioja que hablaba euskera. Las glosas se conservan en el códice 60 de la RAH..

Otro documento muy importante del monasterio, pero menos conocido, es el glosario conservado en el códice 46 de la RAH, datado en el año 964 y estudiado por los profesores Claudio y Javier García Turza. Un verdadero tesoro lexicográfico casi cien años anterior a las Glosas.

Bibliografía y webgrafía sobre las Glosas:


No hay comentarios:

Publicar un comentario