Manolito Gafotas (publicado en Alfaguara Juvenil, serie azul, desde 12 años) es un pequeño Nicolás a la española, un niño travieso y patoso que vive en el barrio madrileño de Carabanchel Alto con sus padres Manolo García y Catalina, su abuelo Nicolás y su hermano pequeño al que llama el Imbécil. El pequeño se ha convertido en uno de los personajes más famosos de la literatura infantil española actual. Protagoniza una serie de ocho títulos. De Manolito se han hecho dos películas y una serie de televisión, lo que ha aumentado enormemente su popularidad.
Vamos a transcribir aquí parte de un capítulo de Manolito Gafotas, donde se observan el humor, el uso del español coloquial, el tono conversacional que tiene la serie creada por Elvira Lindo:
“La Paz Mundial
Hace diez días
con sus diez noches mi sita Asunción entró en la clase a las nueve en
punto de la mañana, sin dejarnos esos cinco minutos que tenemos todos los días
para echarnos en cara lo que nos hicimos los unos a los otros el día anterior.
La sita Asunción
tomó aire y casi todos bostezamos porque era muy temprano para aguntar uno de
sus discursos. Nuestra sita dijo lo siguiente:
-Este año quiero que
preparemos el Carnaval como si fuera el último carnaval de nuestra vida. Vamos
a presentarnos a un concurso de Eurovisión de disfraces que van a hacer en una
discoteca de Carabanchel el próximo sábado. Van a presentarse niños de los
colegios de todo el barrio y tenéis que demostrar al mundo que sois unos niños
como Dios manda y no esos delincuentes que parecéis.
No la dejamos acabar, se montó
un mogollón en la clase que no veas. Yihad se levantó para decir:
-Aviso: yo me voy a disfrazar de Supermán
y lo digo para que no se disfrace nadie
más
de Supermán porque en esta galaxia Supermán sólo hay uno y ése soy yo y no
quiero tener que partirme la cara con nadie. Repito: es un aviso.
Entonces dice el Orejones:
-¿Y
de qué me disfrazo yo si sólo tengo el disfraz de Supermán y mi madre no me va a querer comprar
otro?
Y se empezó a oír un eco en toda
la clase: «Y yo... y yo... y yo...», porque todos los niños tienen el mismo
disfraz de Supermán por los siglos de los siglos.
Yihad había avisado. Se tiró descontrolado a por
el primero que pillara, porque a Yihad en esos momentos de alta tensión
ambiental le da igual ocho que ochenta. No sé por qué tuvo que pillarme a mí; a
lo mejor tiene razón mi madre cuando dice que siempre estoy en medio, como el
jueves. Menos mal que soy un niño con reflejos y me defendí rápidamente:
-No
hace falta que me rompas las gafas esta vez, Yihad. Todo el mundo sabe que yo
prefiero ser el Hombre Araña.
Entonces
salió
un tío de mi clase diciendo que el Hombre Araña era él, y una niña que quería ser la Bella y pedía
a gritos una Bestia... Así que, tal y como se habían puesto las cosas, no nos
quedó más remedio que empezar a pegarnos, porque es la única forma que tenemos
en mi clase de solucionar nuestros problemas de convivencia.
La
sita Asunción, fuera de sus casillas, dio tres punterazos en la
mesa y eso nos hizo acordarnos en masa de que estábamos en el colegio, en una
clase y con una sita despiadada: la sita Asunción. Mi sita dice
que da los punterazos en la mesa para desahogarse. En el fondo lo que a ella le
gustaría sería darlos sobre cabezas humanas, lo que pasa que tiene la mala
suerte de que ahora se lo prohíbe la Constitución española. «Si no fuera por
la Constitución -dice a veces mi sita Asunción-, ibais a estar más
tiesos que unas velas del Santo Sepulcro.»
Mi
sita Asunción dijo que nada de supermanes, ni de hombres
arañas, ni de bellas ni de bestias; que teníamos que demostrar a Carabanchel, a
España, a Estados Unidos y al planeta Tierra que éramos unos niños buenas
personas, que luchábamos por la paz del Mundo Mundial y que ella había pensado
que nos íbamos a vestir los treinta niños bestias que somos de palomas de la
paz.
Si no hubiera sido porque la sita Asunción
iba armada con su puntero y porque además es nuestra señorita y porque somos
una pandilla de cobardes, le habríamos dicho a coro: «Anda vete, salmonete».
Estábamos bastante desilusionados; había sido
el chasco más grande de nuestra existencia. Nos quedamos muy callados; ya nada
nos hacía ilusión en este mundo mundial. Entonces mi sita continuó:
-El
jurado, que es la Asociación de Vecinos, nos dará el primer
premio, porque no hay jurado en España que se resista a dar el primer premio a
treinta niños que van vestidos
de palomas de la paz. Además nos llevaremos muchos regalos. Seremos por un día
los símbolos de la paz mundial y nuestro grito de guerra hasta el sábado será:
¡Los vamos a machacar!
Eso
sí
que nos gustó; con un grito de guerra como ése podíamos ir hasta el fin del
mundo, íbamos a machacar a todos los niños de todos los colegios del barrio con
nuestros trajes de superpalomas de la paz.
Mi
madre y las madres de los treinta niños bestias que somos nos hicieron esa
semana los trajes de paloma con papel cebolla. Mi madre se quejaba bastante
porque dice que, para mi sita, cualquier excusa es buena con tal de
tenerla gastando dinero y trabajando. Que el disfraz de Hombre Araña ella me lo
había comprado para no tener problemas hasta que yo hiciera la mili y me dieran
el disfraz de soldado. Que cómo se hacía un disfraz de paloma y que paz era lo
que ella necesitaba, mucha paz en una playa desierta de Benidorm y sin niños,
que eso era para ella la paz mundial.
Se
quedó
callada treinta milésimas de segundo y luego siguió protestando y diciendo que
si no me estaba quieto jamás podría probarme, que conmigo hay que tener mucho
cuidado porque los trajes por la cabeza nunca me entran. «Este niño -se refiere
a mí- otra cosa no tendrá, pero nació con veinticinco dedos de frente.» Mi
abuelo la consuela a ella y me consuela a mí diciendo:
-Como
Einstein. Todos los sabios han tenido siempre veinticinco dedos de frente.
Al
Imbécil
le tuvo que hacer otro traje de paloma porque el Imbécil es
culo-veo-culo-quiero, y como no le hagan el mismo disfraz que a mí ha cogido la
costumbre de no comer y mi madre dice que un día se nos va a deshidratar. A mí
me da igual que se deshidrate;
el que se deshidrata hoy día es porque quiere. Ah, se siente.
Total,
que el día
C -la C es por Concurso y por Carnaval- mi madre nos vistió con nuestros trajes
de papel cebolla y nos dijo que nos fuéramos yendo para el colegio. A ella le
gusta mucho ver que salimos vestidos de paz mundial y cogidos de la mano. No me
preguntes por qué, nunca he podido explicármelo.
Nos
encontramos a la Luisa por la escalera y la Luisa va y nos dice:
-Mira
tu madre la maña que se ha dado para vestiros de pingüinos.
Así
que no tuve más remedio que agarrar al Imbécil y volver a subir a mi casa para
decirle a mi madre que nosotros de pingüinos no queríamos salir a la calle, ni
aunque fuera por la paz mundial. Mi madre nos dijo que la Luisa no sabía
distinguir entre un pingüino de su marido y entre una paloma de su madre, y que
fuéramos arreando para el colegio, que siempre tenemos que llegar tarde a todas
partes.
Por la calle una señora le dijo a otra:
-Mira
que pingüinos
tan ricos, mujer.
Pero
ya no quise volver a casa porque mi madre en ciertos momentos de su vida se
puede llegar a poner violenta y, al fin y al cabo, nosotros estábamos
representando a la paz mundial.
Cuando
llegamos al colegio nos quedamos alucinados: en la puerta estaba Yihad vestido
con unas plumas que parecía una gallina, estaba el Orejones que
parecía un pavo, la Susana parecía un avestruz, Paquito Medina un pelícano, y
así hasta treinta y tres. No había dos pájaros iguales. Bueno, sí, el Imbécil y
yo: Esos pingüinos tan ricos.”
(Elvira Lindo,
Manolito Gafotas, Madrid, Alfaguara,
1994, pp. 103-107)
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